lunes, 15 de noviembre de 2010

Fabúlas


Los dos amigos y el oso

Dos amigos caminaban tranquilamente por el bosque, cuando de pronto, se les apareció un oso. No tenían armas y sintieron gran temor al ver avanzar a aquel animal tan grande y no precisamente con aire de buenas intenciones.

Uno de ellos, sin pensar más que en su propia salvación y sin decir palabra a su compañero, subió rápidamente a un árbol cercano y se ocultó entre las hojas. El otro, más lento, vio que ya no tenía tiempo de imitar a su amigo. Entonces se tiró al suelo y fingió estar muerto. Se quedó quieto, muy quieto, y sin respirar.
El oso se acercó. Se dice que estos animales huyen de los cuerpos sin vida y el hombre, recordando esto, permaneció sin pestañear mientras la fiera, aproximando el hocico a su cabeza, lo olió una y otra vez. Después, lentamente, se alejó entre los árboles.

Pasado el susto, el primero de los amigos bajó del árbol y fue hacia su compañero, muy preocupado ahora por ver si estaba bien y muy curioso, al mismo tiempo, por saber qué le había dicho el oso cuando lo olfateaba.

Pues me dijo que me cuide de los amigos que me abandonan cuando me amenaza un peligro.

La verdadera amistad se demuestra en los momentos difíciles.

(La Fontaine)



Los dos conejos
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»

«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»

«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

Fábula de Tomás e Iriarte


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